El bodegón debería decir algo sobre nosotros, sobre nuestra vida cotidiana, sobre lo que somos y lo que hacemos. No hay restricciones en lo que puede aparecer o no en un bodegón, desde la típica comida a los elementos de oficina. La variedad de formas, colores y texturas es infinita. No hay temas ni formas apropiados para el bodegón. Pueden ser iniciativa propia u obras de encargo, al servicio del cliente. No hay restricciones.
A la hora de construir un bodegón lo primero que debemos decidir es el fondo y el soporte donde se asienta. Podemos elegir entre un fondo neutro, abstracto, sin protagonismo, o un fondo significativo, en cuyo caso debe estar al servicio del objeto principal. El fondo puede estar vacío, o contener elementos que complementen o contrasten con el motivo principal. Plantas, telas o simples colores logrados por el desenfoque extremo del fondo pueden servir. Podemos optar por un fondo liso, blanco o negro, en el que el motivo fotografiado tenga todo el protagonismo, muy habitual en los retratos, o un fondo con más textura y diferencias de color, más habitual en los bodegones.
En un bodegón debe haber un solo motivo principal, que debe ser el centro de atención, con la mejor luz, color, enfoque, textura, etc. En torno suyo puede haber más o menos motivos secundarios, dependiendo de si el bodegón es más o menos abigarrado, pero que siempre están al servicio del motivo principal, complementando la composición, guiando la vista, formando figuras geométricas, distribuyendo masas, buscando simetrías o asimetrías, etc.
La relación entre los objetos que aparecen en el bodegón puede ser significativa, y establecer en nuestra imaginación la impresión de que son otra cosa diferente a lo que objetivamente son.
En un bodegón el espacio tiene una importancia menor, pero conviene que no quede plano, si no que dé una sensación tridimensional, con volumen. Eso se consigue con el adecuado esquema de luz, normalmente lateral, o bien surgiendo desde el interior. La luz nos va a permitir, además, fotografiar el aire, evitando los bodegones demasiado nítidos en todas partes, lo que nos daría una sensación de aplanamiento, falta de dimensiones, y, a la postre, confusión. En general dispondremos de una fuente de luz principal, y si cabe algunas secundarias. Tendremos cuidado con los reflejos, que brillan demasiado y atraen la vista hacia ellos. Como la escena no se va a mover podemos experimentar con diversos esquemas de luz, hasta lograr el que dé más viveza al conjunto. No fotografiamos un objeto, fotografiamos un objeto bañado por la luz, y en cómo lo hagamos desvelaremos nuestro estado de ánimo.
La distribución de los objetos en el encuadre puede llegar a ser muy compleja, pero empieza por decisiones simples, como dónde colocamos el motivo principal: a la derecha, a la izquierda o en el centro. Ese objeto ha de ser el eje mayor que organice toda la composición. Si hay otros elementos, dónde los colocamos para que sean significativos pero no roben protagonismo al motivo principal, y que dirijan la mirada hacia él. ¿Vamos a colocarlos de manera que formen una figura geométrica?
En fotografía podemos optar por observar por la mirilla hasta encontrar un punto de vista, y encuadre, donde todo permanezca armónico, pero también podemos premeditarlo, en condiciones de estudio, y antes de hacer nada esbozar un esquema de la composición, buscando las líneas, las formas, las luces, etc., que nos interesan.
También es posible introducir la figura humana en un bodegón, o una parte de ella, como por ejemplo una mano, siempre teniendo en cuenta que ese será el centro principal de atención, y puede robar protagonismo a otros elementos que quisiéramos destacar más.
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